martes, 17 de enero de 2012

Un leal compañero.-

Esa aún madrugada, al abrir los ojos, lo primero que pensó el teniente coronel era que había soñado. Rápidamente rechazó la idea. El comandante Abadía dormiría aún a estas horas plácidamente y el avión estaba sin duda en talleres. Por aquellas fechas el CASA 101 se encontraba en pleno programa de Duración y Comportamiento, y un incidente de ese tipo podía hacer mucho daño a un avión tan joven. Era muy consciente de ello, pero intuía, de alguna forma lo sabía, que el avión se convertiría en una realidad y una buena madre para los caballeros alféreces de las Promociones venideras.

Mientras dejaba correr el agua de la ducha, comenzó a repasar mentalmente los hechos acaecidos la tarde anterior. Aquella tarde le habían programado un vuelo instrumental en la cabina delantera, con el comandante Abadía en la trasera. Lo cierto es que le hacía algo de ilusión, porque apenas habían pasado veinticuatro horas desde que se soltase en el CASA, y esta era su primera salida como comandante del avión.

Despegaron y ascendieron por el radial 270º con intención de alcanzar el nivel para efectuar una penetración Tacan. Cuando pasaban por 15.000 pies en ascenso, el comandante Abadía dijo: "¡Hay que ver qué incómodas son las ligas estas; me oprimen la pantorrilla!". "Aflójalas un poco", contestó el teniente coronel, que instintivamente miró las suyas y comprobó que las llevaba igual de oprimidas, pero a él no le servirían de nada porque las cintas azules que deberían pasar a través de las anillas de aquéllas para poder retraer sus piernas en caso de eyección, se encontraban en el piso de la cabina. El teniente coronel puso los ojos en blanco, "¡ya se me han olvidado!, menos mal que Abadía ha hecho el comentario, porque estas cosas si te hacen falta y no las llevas listas, no sirven para nada". Así que el teniente coronel se agacha y recoge las cintas que acontinuación pasa por las anillas con los pivotes de acero que estas llevan en su extremo.

En esas está cuando, al llegar a 16.000 pies se produce, de forma inesperada, una explosión que le deja la sensación física de que algo ha golpeado hacia delante por debajo y detrás de él. Fue seco e instantáneo, una mezcla de ruido y golpe a la vez, y luego una especie de ronquido que enseguida quedó ahogado por el estrépito de la bocina de averías. El teniente coronel se sobresalta tanto, que al incorporarse bruscamente arrastra con el codo izquierdo el mando de gases, mientras de reojo ve brillar a su derecha el panel que anuncia la avería. No podía entretenerse, los retractores de sus piernas aún no estaban puestos y lo que hasta ahora era una simple anécdota que se traduciría en pagar la "botella del olvido", se transformaba en una necesidad perentoria, porque la avería tenía todos los visos de ser muy grave.





"¡Abadía, léeme el panel que yo no puedo!", el teniente coronel acaba con la pierna izquierda y se concentra en la derecha. Aunque corría más que antes de producirse la avería, no quería perder la calma y de esta manera atinar a pasar la cinta. "Fallo de aceite". "De acuerdo, léeme el procedimiento". El comandante Abadía comenzó a leer. "Dejar los gases en la misma posición....., ¡los has retrasado!". "Lo se, fue con el codo al incorporarme. Los vamos a dejar así". La bocina seguía pitando y nuevas luces se encienden. "¡Fallo hidráulico!...... ¡se nos ha parado el motor!", anuncia el comandante.

Los hechos se producen con rapidez, atropellándose. Los pilotos sabían que el motor no se había parado con normalidad, se había roto y había quedado prácticamente bloqueado. Las averías leídas anteriormente eran consecuencia directa y lógica de la parada del motor. Toda la secuencia de lecturas y el diagnóstico final era realmente lógico, lo que no era lógico, y eso mordía las tripas del teniente coronel, era que el comandante del avión en la cabina delantera estuviera arreglándose las cintas retractoras en lugar de dedicarse al control del problema.

No era momento de reproches. "¡Vira, vira hacia casa!". Durante el viraje el teniente coronel termina de colocarse las cintas y ahora sus piernas ya podrían salir con el resto de su cuerpo en caso de tener que accionar el asiento lanzable. Por un momento se sintió contento de poder al fín incorporarse y controlar el avión como era su obligación. Todo en esta vida es relativo, hasta las sensaciones.

Tras tomar los mandos puso los gases en OFF y estableció una velocidad de planeo de 170 nudos. Desconectó todos los equipos eléctricos no necesarios y pulsó el avisador de averías para apagar las luces de alarma y desconectar el sonido de la bocina. El Tacan indicaba que estaban a 30 millas de la base; fue el único equipo que no apagó porque les iba a hacer falta. Eran las cinco en punto de la tarde, una tarde con calima y alguna nube, dejando el sol a sus espaldas.

Intentaron llamar por radio sin resultado. Tampoco oían a nadie. El comandante Abadía dijo: "me parece que no llegamos a ninguna parte". El teniente coronel contesta: "espera, déjame pensar" y comienza a calcular mentalmente las millas que se recorren en función de la altura que se pierde, unas 10 por cada 5.000 pies. "¡LLegamos a San Javier!". "¿Tú crees?". "Sí, si las nubes no nos incordian mucho". Los segundos pasaban lentos o las cosas pasaban rápido, aún estaban terminando el viraje para ir en dirección contraria a la que llevaban durante el ascenso. Cuando por fín se aproaron a la base, Mazarrón les quedaba delante y a la derecha. Y ahora a esperar.

Si el avión no se había deshecho ni incendiado cuando se produjo la explosión, ya no era previsible que ocurriese. Volaba y volaba bien. En silencio, pero bien. Era un planeador de más de cuatro toneladas. La máxima preocupación del teniente coronel era no ganar ni perder un solo nudo de los 170 para sacar el máximo rendimiento al coeficiente de planeo. El variómetro indicaba un descenso de unos 1.800 pies por minuto, y aunque no había ruidos, no se podía escuchar el viento silbar como en los planeadores de verdad.

Para evitar las nubes se abrieron hacia la derecha, llegando a poner el Tacan a 90º a la izquierda, y eso no era bueno porque perdían altura sin acercarse a la base, pero meterse en nubes podría resultar trágico. Ambos lo sabían. Por fín dejaron las nubes a un lado y pudieron virar a la izquierda para poner la aguja del Tacan en el centro. Ya iban definitivamente hacia casa. "Mi teniente coronel, cuando quieras algún dato del terreno pregúntame, que esta zona me la conozco palmo a palmo", informó el comandante Abadía, pero se acercaban y la base no se veía a causa de la calima. El teniente coronel comenzó a pensar en que si no llegaban, en cualquier momento sería cuestión de efectuar un ascenso suave con la velocidad remanente, para así poder lanzarse con mayor seguridad. También pensó en el aterrizaje forzoso sin ruedas en cualquier lugar que lo permitiera. Lo cierto es que si pensaba algo más en aquellos momentos, mientras ahora el agua caliente de la ducha le caía suave, no lo recordaba.

Ya unos minutos en esa situación e incómodo porque San Javier aún no tenía noticia de la emergencia, al teniente coronel se le ocurrió quitar y poner el generador en reset momentáneamente, para dejarlo puesto de nuevo. La cosa funcionó y comenzaron a oir al resto de aviones que volaban en la zona. Se propuso que no se le notase demasiado el miedo al hablar, así que pensó con detenimiento el mensaje que iba a radiar: "Torre de San Javier, aquí Mirlo 03". "Mirlo 03, Torre de San Javier, adelante". Transmitió con tanta tranquilidad lo que seguía a continuación, que la torre pensó que se trataba de un informe de posición previo a solicitar datos y permiso para la maniobra de penetración, hasta que oyó: "Mirlo 03 en el radial 240, a 5.000 pies y a 8 millas, vamos con el motor parado y creemos que podremos llegar a la base". Tras unos segundos de silenciosa incertidumbre en las ondas, llegó la respuesta de la torre...., "recibido". En tierra se ponía en marcha el correspondiente protocolo, el controlador dejó libre la zona de vuelo, avisó a los Servicios Contraincendios y de Ambulancia y llamó a la Jefatura de Vuelos; el 03 volvía a casa herido y ya lo esperaban.

Próximos a El Carmolí, el comandante Abadía planteó una duda: "mi teniente coronel, tenemos El Carmolí delante y un poco a nuestra derecha; vamos a quedarnos aquí". "¿Dónde está?", "delante, ahí"..., "visto". "Estamos en condiciones óptimas de posición y altura para hacer un tráfico de motor parado; vamos a quedarnos". "Deja que piense". El teniente coronel pensó que el comandante tenía algo de razón; le ofrecía la posibilidad de un tráfico completo, de los ensayados, y El Carmolí es ancho y largo, pero habría que tomar sin tren y.... Por otro lado, la solución de San Javier: un aterrizaje por derecho sin posibilidad de hacer un tráfico, sin poder medir. Si coinciden la distancia con la altura que les queda por perder, se tomaría en la pista, sino, o se quedarían antes o la sobrevolarían, en ambos casos la posibilidad latente del desastre.

El teniente coronel no quería entregarse sin apurar sus posibilidades, las de ellos y las del avión. Miró el Tacan: 5 millas; el altímetro: 3.000 pies. Su cerebro intentaba hacer una composición del escenario a la velocidad del rayo. "Debe llegar y sobrar un poco de altura; el secreto está ahora en qué momento sacar el tren; hasta ahora ha planeado como dice el libro. ¡Abadía, vamos a San Javier!". "Lo que tú digas". "¡Debe llegar!". "De acuerdo".


A partir de ese momento ya no había remedio y ahora, el teniente coronel comenzó a sentir verdadera ansiedad, angustia y prisa. Pensó que despreciar El Carmolí a pesar de sus cálculos y de la sensata opinión del comandante Abadía, era mucho despreciar, y aunque él fuese el comandante del avión y la responsabilidad del vuelo fuese siempre suya, ahora esa responsabilidad le pesaba como una losa de granito puro. Si al llegar a Los Alcázares descubría que no llegaban, la situación sería irreversible y deberían saltar. En esos momentos, la calima no le permitía ver la pista y solo el Tacan y la altitud le servían de guía. Los 170 nudos permanecían inamovibles en el anemómetro. Matemáticamente deberían llegar, ¿no?.

Sobrevolaron Los Alcázares y de pronto la pista 05 de San Javier apareció ante ellos más baja de lo deseable. "¡Vamos largos!". Largos para ir por derecho, pero cortos para intentar abrirse hacia la derecha, colocarse paralelos a la pista, establecer un punto desde el que virar a la izquierda y aterrizar en la pista 23 contraria a su sentido de marcha. "Vamos a sacar el tren de aterrizaje". "De acuerdo". Puso la manecilla abajo, quitó el cortacircuitos del tren y tiró con fuerza de la empuñadura de la manecilla de emergencia que está a la izquierda. Notaron el soplido del aire a presión saliendo por las tuberías. Oyeron ruidos de pestillos y compuertas. Golpes e indicadores de las ruedas en rojo. Transcurrió un tiempo de transición del tren que pareció eterno. Por fín, una luz verde..., otra y.... ¡otra!. "Perfecto, aquí detrás también las tres en verde".

"San javier, el Mirlo 03 en final con tren abajo y asegurado". "Recibido, compruebe tren. Autorizado a aterrizar". Desde que habían hablado con la torre cuando aún estaban a 8 millas, las conversaciones y llamadas del resto de tráficos no se habían vuelto a escuchar. Había un silencio total. Todo el aire, todo el suelo y todas las transmisiones habían quedado reservadas para ellos. Pero la pista estaba muy cerca y muy baja. Iban irremediablemente altos. "Qué ironía, volar tanto tiempo sin motor para llegar hasta aquí, posarnos en la pista, no poder detener el avión al final, y caernos al mar, en el puerto, por el otro extremo de la pista", pensó el teniente coronel. Solo quedaba una solución posible y era ya o ya: abrirse hacia la derecha para invertir posteriormente a la izquierda, y por último a la derecha para orientarse nuevamente a la pista 05. Así lo hizo sin mediar palabra. Ya no quedaba tiempo para palabras.


El teniente coronel se abrió hacia la derecha para, una vez más bajos y volando ya sobre el mar, invertir el viraje hacia la izquierda . Al pensar en el último viraje otra vez a la derecha, le entró un escalofrío y pensó: "¡ahí nos matamos, no se puede apurar ese viraje tan bajos ya y sin motor!". Así que sacó el avión de su giro a la izquierda y en ese momento, delante de ellos, apareció la pista de tierra de San Javier. No tenían otra opción que tirarse a ella por derecho. "¡Abadía, vamos al campo de tierra, no hay más remedio!". "¡Lo que tú digas, lo estás haciendo de pelotas!".

"San Javier, el Mirlo 03 tomará en el campo de tierra; lo sentimos, no hemos podido hacer otra cosa". Seguían manteniendo 170 nudos. Descendieron hasta estar muy cerca del agua y el teniente coronel orientó el avión hacia la parte más larga del campo, dejando las aulas a su derecha y el depósito de intendencia a la izquierda. Suavemente niveló el avión, que paralelo a la superficie del mar fue perdiendo velocidad, sobrevoló la pista principal y la de rodaje en diagonal, entre Tres Marías y el edificio Contraincendios. "¡Ten cuidado ahí hay unas zanjas!". Sintieron cómo los matorrales del extremo del campo rozaban el fuselaje y los planos, sobrevolaron los paneles metálicos pintados de rojo y blanco que delimitaban el campo y se dispusieron a tomar tierra, nunca mejor dicho.

El teniente coronel cedió un poco de palanca y se posaron con suavidad. Las irregularidades del terreno eran absorvidas por los amortiguadores. El balanceo del avión era majestuoso, agradable al compás de un ánimo de los tripulantes bastante más optimista. Ahora, como muy mal, podían darse un golpe a poca velocidad contra la "Línea Pérez", que es como en la Academia se conoce a la Pista de Aplicaciones. Mientras rodaban con suavidad, desconectaron baterías y generador, "¡esto está en el bote!". LLegó el equipo contraincendios, la ambulancia y el jeep que los había seguido desde que se posaran en tierra. El personal se dispuso a levantar el registro que da acceso al cable que rompe el cristal de cada cúpula, pero no hizo falta y solo tuvieron que desplegar las escalas de emergencia.

Una vez en el suelo, el teniente coronel se fue hacia el comandante y ambos se fundieron en un emotivo abrazo. ¿"Tienes un puro"?, "no, solamente pitillos". "Me vale, ¿así que de pelotas, eh"?. "De pelotas". "Estoy de acuerdo".

El 03 permanecía allí como si nada, lleno de matojos en el tren de aterrizaje como si le hubieran laureado por ganar una competición, como si se encontrase íntimamente satisfecho por hacer bien su trabajo. Le esperaban muchos años de devolver a casa a humanos parecidos a estos, con mayor o menor experiencia, pero todos ¡tan frágiles!.... Los mecánicos abrieron el registro debajo del motor y empezaron a caer trozos de metal roto con síntomas de estar fundidos o machacados. Los técnicos dijeron que se trataba del cojinete número cinco; sin su apoyo, el compresor que va al final del motor se salió de su guía, se desplazó hacia delante y quedó empotrado en las cámaras de combustión.

Pronto llegarían los motores con la anomalía corregida. Al 03 se le miró a fondo; no tenía nada más. Le quitaron las matas, le pusieron otro motor y a volar de nuevo. Gracias a las magníficas condiciones aerodinámicas del CASA 101, los pilotos pudieron planear 30 millas. Tan buenas cualidades que tardó nueve minutos en recorrerlas y perder 16.000 pies de altura. Y nueve minutos con el motor parado son muchos minutos incluso para un avión de instrucción. Su tripulación estuvo volando un planeador de más de cuatro toneladas desde las cinco, hasta las cinco y nueve minutos de aquel día 28 de mayo de 1980.

El teniente coronel Almodóvar cerró los grifos de la ducha, pasó mentalmente página y con un soplido, agarró la toalla y se dispuso a empezar un nuevo día en el Ejército del Aire.



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