Personalmente no me extraña que cualquier país defienda su propia industria y sus puestos de trabajo asociados. Como profesional, sí me molesta algo más que ciertos especímenes intenten venderme luego estas decisiones con un manto de consideraciones pseudo-técnicas y tergiversadoramente jurídicas. Lo primero no cuela porque de aviones sí se, y aunque de aspectos jurídicos dispongo de los conocimientos justos para no marearme cuando leo la letra pequeña de la parte trasera de las multas de tráfico, mi sentido común me susurra que no puedes presumir de adalid del libre comercio y mantener simultáneamente ciertas prácticas de tahúr de medio pelo.
Cuando empecemos a leer sobre el tema informes y artículos publicados en los medios especializados, tengamos claro, primero, la razón que Hawker Beechcraft aporta literalmente en su impugnación: "Según Beechcraft en el contrato se está beneficiando a una compañía extranjera por un monto total estimado en casi $ 1 mil millones de dólares en dinero de los contribuyentes, que debiese ser invertido en un avión norteamericano y en mano de obra de estadounidenses". Lo demás será pasar el rato con la fina prosa de los analistas del Glam.
A mí me queda una cosa clara, diáfana como el cristal: los estadounidenses no son ángeles ni demonios, simplemente viran hacia donde el viento sopla, como hacemos todos.
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